sábado, 28 de septiembre de 2013

Crítica: ‘Rush’

Por: Antonio Gandiaga

No fue ‘El desafío: Frost contra Nixon’ la película que dejó más dividendos en la cuenta bancaria de Ron Howard, pero en la cuenta del prestigio y el bagaje como autor cinematográfico es sin duda su activo más importante. Debió darse cuenta el pelirrojo cineasta, y tras la irritante ‘¡Qué dilema!’ vuelve a plasmar en imágenes un duelo basado en hechos reales y televisado para todo el mundo, cambiando en Rush al presidente de Estados Unidos y al periodista por dos pilotos de Fórmula 1 diametralmente opuestos en la forma de entender la vida, lo que puede parecer menos trascendente para la Historia aunque es sin duda más divertido.

El planteamiento similar entre los dos films parte del hecho de que ambos están escritos por el cotizado Peter Morgan, cuya especialidad son las biografías (‘The Queen’, ‘The damned United’) y los relatos de vidas paralelas (‘Más allá de la vida’, ‘360’). Rush también se detiene en las vidas personales de sus dos protagonistas, tratando de otorgarles la misma importancia, y alcanzando sus puntos culminantes en los encuentros entre ambos, ya sea para dialogar o para competir en los circuitos. También se repite esa descompensación en el interés que generan los duelistas: si Nixon resultaba, casi por lógica, más fascinante que Frost, lo mismo puede decirse que sucede, de forma más acentuada si cabe, entre James Hunt y Niki Lauda, cuya conversión de persona real a personaje, por la gracia de Morgan y de Daniel Brühl, está llena de impacto.
La grandeza de Rush radica principalmente en que se trata de un film de una emoción imposible de contener, una vez supera los titubeos iniciales y los pilotos llegan a la Fórmula 1. Qué duda cabe que el material de partida es casi inmejorable (¿por qué ya no hay deportistas así?), pero tampoco es cuestionable la energía que le impone Howard al film, como si supiera que el material que se trae entre manos merece un tratamiento superior al de la mencionada comedia con Vince Vaughn o al de las aparatosas adaptaciones de Dan Brown.
También es cierto que, aunque hay magnetismo en la película, no es por el camino de la estética por el que convence, algo comprensible si tenemos en cuenta que ha dejado la dirección de fotografía en manos de Anthony Dod Mantle, el (ir)responsable de la saturación de estímulos visuales de los últimos films de Danny Boyle, una forma torpe de tapar el vacío. En esta ocasión tan pronto parece dominar el look setentero (en aquella década transcurrieron los hechos narrados) como la espectacularización de toda imagen propia de buena parte del cine contemporáneo. En todo caso, el motor del alma del relato, adornado por las notas del score de Hans Zimmer, ruge con más fuerza que cualquier imperfección hasta hacer de Rush una de las imprescindibles de la temporada.

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