lunes, 22 de julio de 2013

Una Alicia loca y divertida

Por: Néstor Tirri


Ficha técnica: Alicia en el país de las maravillas / Coreografía y adaptación del texto de Lewis Carroll: Alejandro Cervera / Música: Purcell, Lutoslawski, Haendel, Laurenz, Satie y otros / Relator: Roberto Carnaghi /Vestuario: Mini Zuccheri sobre originales de Horacio Pigozzi / Iluminación: Rubén Conde / Ballet del teatro colón dirección: Lidia Segni / Próximas funciones: martes 23, viernes 26 y domingo 28, a las 12. 

Nuestra opinión: excelente
Los espectáculos para niños bordean ciertos riesgos y exigen una actitud amplia en su concepción. Un riesgo frecuente es el de subestimar a los pequeños espectadores con una bufonada infantilista, mientras que es responsabilidad de los creadores no caer en el otro extremo, es decir, el didactismo excesivo o densidades más aptas para adultos. El equilibrio con que Alejandro Cervera logra con este renacimiento de la (presunta) fábula de Lewis Carroll es admirable: moviliza al Ballet del Colón con una exigencia digna de los clásicos del repertorio, pero articula un espectáculo ágil y divertido, accesible a públicos diversos y, sobre todo, propone códigos actuales.
Es que el mundo de Alicia, más allá del wonderland del título, es un descenso (literalmente: la niña cae al insondable pozo) al mundo onírico. Allí todo es posible, lo cual tienta a quien se disponga a llevar a la acción el relato literario, a la hipertrofia de la imaginación. Con esa tentación se las tiene que ver, por ejemplo, la versión cinematográfica de Tim Burton (presenta a la protagonista ya crecida, confrontada con otro orden).
Con mucho humor, la intervención de Roberto Carnaghi no es la de un simple relator, sino que se engancha con las acciones disparatadas que se viven en el "sueño" de Alicia; hasta ensaya algún paso de baile con los personajes que pululan en ese raro universo y no se priva de alzar a la despistada heroína, cuando es necesario. El veterano actor adopta una actitud de apariencia imparcial, pero cada tanto se contagia del estupor que sobrecoge a la niña que se aventura a dejar la seguridad del rígido hogar victoriano y se lanza al bosque tras un inocente conejo.
En cuanto a Alicia, la asignación de partes es inobjetable: Luciana Barrirero en el elenco de estreno y Natalia Pelayo en el segundo reparto. En este caso, hay que decir que ambas asumen el difícil personaje carrolliano con toques descollantes, tanto en la desconfianza de las miradas como en la reacción ante las arbitrariedades de La Reina de Corazones (Luciana juega con una ventaja: la semejanza fisonómica de su rostro con el de la Alicia de las ilustraciones clásicas del tradicional cuento es asombrosa).
En la elección de los pasajes musicales, el coreógrafo optó por un eclecticismo que, a sabiendas o no, conecta su adaptación con clásicos del repertorio académico. Así como en El lago de los cisnes o en La Bella Durmiente hay un acto en el que desfilan "delegaciones" de reinos exóticos que asisten a un baile convocado por un monarca, en esta adaptación se inserta un desfile de distintas etnias que da lugar al flamenco, a danzas árabes (con La Oruga) y una formidable milongueada.
A las acertadas caracterizaciones de las protagonistas (que se alternan a lo largo de las cuatro funciones), hay que sumar las de Dalmiro Artesiano (El Conejo), Paula Cassano (La Oruga), Fabricio Coppo (el Ave Principal, una suerte de pavo real) y el sólido Vagam Ambartsoumián en las ropas de la inefable y cruel Reina de Corazones, uno de los espléndidos trajes que diseñaron Horacio Pigozzi y Mini Zuccheri.
Que el texto de 1865 continúe desafiando los talentos de coreógrafos y adaptadores reafirma la genialidad de ese ambiguo matemático y fotógrafo de la era victoriana. Por último, un mérito más: hace tiempo que el Ballet Estable que dirige Lidia Segni (convocado en su casi totalidad para este planteo coreográfico) no se lanzaba con tanta espontaneidad y alegría, un placer que, sin duda, se proyecta en los espectadores. Y no sólo en los más chicos.

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